por César Farah 28 julio 2014
La discutida, publicitada, manipulada, tranzada y alicaída reforma
tributaria, fue consagrada, en su origen, como una herramienta para
articular y sustentar una segunda reforma, tal vez más importante o, al
menos, más mediática: la reforma educacional.
Es la plata de Chile y Chile parece haber visto que uno de sus
intereses centrales es la educación. Sin embargo, el debate ha comenzado
a enrarecerse, tal como se enrareció el de la reforma tributaria, la
que en mi opinión terminó por entregarnos una reforma blanda, pobre, que
no hizo cambios estructurales de fondo, que continúa salvaguardando los
intereses de los más poderosos y que, vergonzosamente para una gran
parte de la clase política, se hizo en el famoso living de un privado,
digo para una gran parte, porque hoy día hay nuevos representantes que
están cambiando la tradición tibia, capitalista acérrima y deslavada de
nuestra política. Pero, también hago notar el efecto “living de
Fontaine”, puesto que dicho suceso no solo pone en tela de juicio la
transparencia de la reforma misma, sino que de paso, evidencia quienes
tienen verdadero poder en Chile y por cierto, deslegitima el poder
político, después de todo, si los acuerdos y reformas se tramitan y
cierran en el living de los empresarios (o sus representantes) ¿para qué
tenemos cámara de diputados y senadores?
Sin embargo, el motivo de este artículo, no es la Reforma Tributaria,
sino la Educacional. El debate se enrarece, hablan (por no decir que
rebuznan) una serie de peregrinos “expertos” y, lo que es peor, se
miente descaradamente, puesto que manipular las palabras (ya no digamos
los datos), en un país notoriamente desinformado, es fácil, de hecho, la
derecha, lleva haciendo de eso su capital político desde hace décadas y
la otrora Concertación, hoy devenida en Nueva Mayoría, también.
Para empezar, no sin desilusión, quisiera exponer que, según me
parece, la educación no es una panacea que vaya a solucionar los
problemas del país, de hecho, por si sola, como un compartimento único e
inmanente, no puede solucionar nada, ni siquiera puede mejorarse a sí
misma; esta tesis es fundamental, porque evidencia el que sea tal vez,
uno de los problemas más profundos que tiene la educación y da cuenta de
por qué las múltiples soluciones que se han tratado de desarrollar con
respecto a ella, no han funcionado ni funcionarán.
La educación no es un compartimento descolgado del resto de la
sociedad, no es un cuadrante cerrado en sí mismo, autosustentado y
diferente, diverso o desconectado de todo el resto de la sociedad, no se
puede pensar –ingenua o estúpidamente, dependerá de qué tan sinceros
queramos ser- que la educación puede arreglarse sin tener en cuenta el
contexto en que se desarrolla la misma, mucho menos se puede pretender
que esta solucione los problemas más generales de dicho contexto.
Para aclarar mi punto, quisiera determinar algunos datos concretos y
específicos que pueden y deben tenerse en cuenta al respecto y, por
supuesto, interpretarlos.
Durante la dictadura militar y especialmente en la década del
ochenta, se articuló un sistema de escolaridad que no tiene equivalentes
en el mundo, este sistema supone que cualquier hijo de vecino, puede
instalar un colegio, dónde quiera, casi con la infraestructura que
quiera (sí, así es), estas escuelas tienen fines de lucro (con confundir
lucro con sueldos de mercado), con copago de los apoderados y con
subsidio del estado. Evidentemente, es un negocio redondo, después de
todo, un privado hace un negocio en que además, los apoderados y el
estado, están obligados a mantener. Como todo negocio con fines de
lucro, supone competencia, esta, necesaria y pertinente en cualquier
otro tipo área, en la educación, es nefasta.
Sistemáticamente, los colegios realizan selección académica, que
implican desde certificados de notas y pruebas, hasta entrevistas que
dan cuenta de ideologías confesionales, todo esto, por cierto, está
prohibido por la ley. Se expulsa a los alumnos menos aventajados
rápidamente, instalándolos, en general, en colegios que acogen a este
tipo de estudiantes y que se convierten en una suerte de gueto de
“porros”. Como los medidores de calidad académica son, fundamentalmente,
el SIMCE y la PSU, se termina enseñando para estos medidores, el
resultado es que se hacen clases no para desarrollar los currículos
determinados por el Ministerio de Educación, sino para responder bien
alguna de estas pruebas, se deja de lado el aprendizaje significativo,
para enseñar técnicas para responder facsímiles.
Por cierto, vale mencionar que estas prueba son indicadores de casi
nada, porque, las mejoras esperadas no se producen y los colegios (en
virtud de la deleznable lógica mercantil que “premia” resultados),
falsean los resultados indirectamente, por ejemplo, haciendo faltar el
día de la toma de la prueba a los estudiantes que más les cuesta o
enseñando para rendir las pruebas y no en virtud de un aprendizaje
reflexivo, como ya se dijo.
Esta segregación no es solo en los procesos mismos de enseñanza, por
el contrario, es el reflejo del formato general que sustenta el sistema
educativo de Chile, que a su vez, solo replica la mala distribución
económica y el clasismo del país (la que por cierto, es el verdadero
meollo del asunto), puesto que sin duda, la segregación escolar es una
de las fuentes más sustanciales de los problemas educativos, que se
extiende a la vida adulta, eternizando la desigualdad.
Estudios realizados por Educación 2020 y por Valenzuela, Villalobos y
Gómez, demuestran que en los últimos 10 años, Chile ha producido guetos
educativos, guetos para pobres y ricos, segregando la educación en
niveles inéditos en el mundo. En su brillante libro “Cambio de Rumbo”,
Mario Waissbluth, hace el siguiente comentario: “Si transportáramos
diariamente, durante 14 años, desde prekinder a cuarto medio, a los
niños de La Pintana a una escuela privada de Las Condes, y viceversa, dejando en su lugar a los profesores, currículo e instalaciones, los jóvenes nacidos en La Pintana no lograrían ingresar a las mejores universidades y los del barrio alto sí” (subrayado nuestro).
¿Es que los jóvenes de barrios pudientes son más inteligentes que los
de barrios más pobres? No, en absoluto, simplemente, se trata del
“efecto par” en su versión perversa.
Este efecto (pervertido), supone que lo que se paga en los colegios
privados no son mejores clases, sino asegurar que los estudiantes de un
nivel socioeconómico, se relacionen única y exclusivamente, con otros de
igual nivel. Decimos “pervertido”, porque dicho efecto, en su modalidad
virtuosa, debiera funcionar integradoramente.
Esto demuestra, primero, que los colegios pagados no son mejores en
nivel de educación, ni en currículo, sino simplemente que se sustentan
en este “efecto par”, los estudiantes de las diversas realidades,
socializan solo entre sí, se relacionan solo entre sí y, por tanto,
generan vínculos, relaciones humanas y económicas, solo entre sí, de
este modo, se perpetua la acumulación de riquezas y las diferencias de
clases, los ricos se juntan con los ricos y los pobres con los pobres,
la riqueza llama riqueza y la pobreza llama pobreza.
La segregación en los colegios de Chile es más pronunciada que los
barrios, lo que no solo es antiético, sino que además, supone el hecho
concreto de que no se va a mejorar ni superar los niveles educativos con
esa realidad, es, de cierto, imposible mejorarla en esas condiciones.
Quisiera insistir en que hay abultada evidencia (nacional e
internacional) respecto de que los colegios privados no dan mejor
educación que los públicos, cuando son medidos en pruebas
estandarizadas, toda vez que son inspeccionados por efecto par,
segregación y rasgos de selección.
Además, es necesario constatar que los países con mejor educación en
el mundo (algunos de los cuales poseen posibilidades económicas y
demográficas sustancialmente similares a Chile), hacen todo exactamente
al revés de lo que nuestros geniales burócratas y empresarios hacen en
este aspecto, comenzando por atender especialmente a los estudiantes
menos aventajados y valorizar notoriamente la integración escolar,
versus la segregación.
Sin embargo, la discusión no puede centrarse solo en los estudiantes y
los colegios, pues, los profesores son, tal vez, el punto más
neurálgico del tema y creo que el trato con ellos, no solo ha sido
injusto, sino que las declaraciones en torno a su estamento han estado
marcadas por la estulticia, pero también por la mala conciencia, de
hecho, se ha convencido a la opinión pública que los profesores son
(somos) incompetentes, tramposos y que se niegan a ser evaluados.
Para empezar, solo el 2%, según datos del MideUC, se niega a ser
evaluados, sin embargo, es real que los resultados de estas evaluaciones
(vale la pena conocer el formato de elaboración de un portafolio para
la evaluación de los docentes, que por tiempo y espacio, aquí no podemos
exponer) no son alentadores, dado que un porcentaje inferior al 30%
obtiene una evaluación de “destacado”.
¿Por qué tan bajo? Después de todo, ser profesor requiere vocación de
servicio público y, en principio, es esta una noble profesión. La
lógica, parece demostrar que se trata, como no, de las condiciones
económicas y laborales, nefastas, en que el gremio se desarrolla -si se
me permite usar la palabra desarrollo, que más parece una ironía cruel,
para referirse a este tema-, no cabe duda, que la carrera pedagógica es
una de las menos atractivas y más maltratadas en Chile.
Primero y, por supuesto, los bajos sueldos, que son entre 2 y 5 veces
inferiores, después de 10 años de carrera, que los de un odontólogo, un
ingeniero civil o un abogado, cosa que no deja de parecer exótica, si
tomamos en cuenta que son los profesores los llamados a formar a los
hijos de padres que están dispuestos a pagar sumas millonarias para una
mejor educación básica, media y universitaria, también es extraño si
tomamos en cuenta que el capital principal de un país es el capital
humano (formado por profesores) y que, sin desmerecer otras profesiones,
la de profesor, seguramente es una de las más importantes por la
directa influencia que tiene sobre la población.
Quisiera mencionar que países como Canadá, Holanda, Finlandia, tienen
una curva proporcionalmente diferente respecto de los sueldos, así, una
iniciativa buena (no increíble, buena) como la beca “vocación profesor”
no es suficiente para seducir a los mejores estudiantes a ejercer esta
profesión. Sin embargo, aunque el salario es un tema central y bastante
definitorio, no es el único drama en torno a los profesores, pues sus
condiciones laborales son nefastas; nefastas en al menos, dos sentidos,
primero en uno general, me parece que nadie desearía trabajar en esas
condiciones, pero es especialmente terrible, cuando se habla de un
trabajo tan sensible y delicado, tan importante y donde la calidad de
las relaciones humanas es tan central, como es en la educación.
Para empezar, el 75% de sus horas de trabajo, deben ser horas aula,
lo que está fuera de toda lógica, pues la planificación de clases y la
revisión de pruebas, la organización de las mismas, se debe hacer en un
tiempo irreal, que por lo general no se paga, lo que es terrible, porque
estas actividades son críticas para lograr un buen desempeño dentro de
la clase misma. La gran mayoría de los profesores se hallan en la
precariedad absoluta en términos de contrato, dado que trabajan
“boleteando” durante años, esta es la tristemente célebre imagen del
“profesor taxi”, pero aún aquellos que poseen contrato, no se encuentran
en una situación digna, pues menos del 25% de los profesores tiene un
contrato de jornada completa, según cifras del Mineduc. El promedio de
sueldos de los profesores es de 760 mil pesos, que es el promedio de
sueldo aproximado para profesionales técnicos y no universitarios (uno
se pregunta, cómo un profesor puede especializarse o continuar estudios,
si un magister, por lo bajo, vale 200 a 250 mil pesos mensuales), sobre
el 30% de ellos reporta estrés y depresión, frecuentemente. Cerca del
40% de los profesores, se retira de la profesión, después de 5
años de trabajo. La carrera docente no es solo es noble, sino también
sacrificada, mal mirada y requiere una vocación que no se le exige a
casi ninguna otra profesión.
La solución a la dificultad educativa, paradójicamente, no está (o al
menos, no está solo) en la tan cacareada “educación chilena”, dado que
el contexto político económico es el que (sobre) determina este
problema. Chile es un país con una clase empresarial y política
totalmente segregada del resto de la ciudadanía, ellos están entre los
ciudadanos con mayores ingresos del país, que son, por cierto, solo el
1% de la población, como se sabe, la desigualdad (el verdadero punto
neurálgico del problema) en Chile, es una de las más extremas del mundo.
Esta clase social, tiene a sus hijos en colegios privados, donde se
relacionan con gente de los mismos círculos, reproduciendo relaciones
sociales, familiares, económicas y culturales. Esto, además, supone
entender que son estos “expertos” provenientes de ese mismo sector,
quienes han tenido el monopolio de las decisiones en torno al tema
educativo y, por cierto, la historia ha demostrado que no lo han hecho
bien, incluso, que su modelo no funciona. Hay aquí una directa relación
con la naturalización de las ideas de libre mercado, del consumo y
competencia mercantil feroz, que se han convertido en lo único posible,
especialmente en materia de educación, para Chile, cuando no lo son.
Este no es el único sistema posible y hay países que así lo han
demostrado, ojo: para los aterrados chilenos de traje gris y anteojos
ochenteros, hablo de países donde no hay dictadores vestidos con
uniformes de color verde ni barbas largas, países que hablan incluso
otros idiomas que el español, países donde la propiedad privada existe y
funciona bien, en fin, países donde el menú cotidiano no incluye a
recién nacidos.
En educación se suele hablar de calidad, de mejorar niveles, de
desarrollar mejores números y que hay un evidente interés en el tema, si
usted lo nota, las palabras que se usan siempre están vinculadas al
lenguaje corporativo, las ideas mismas de equidad, posibilidades,
reflexión y realización humana, casi nunca aparecen.
Esto es por la evidente relación entre la cultura chilena y el
experimento de los chicago boys desarrollado en Chile, en donde desde
cero, se aplicó la doctrina más feroz de un capitalismo salvaje y
brutal, ciego y que, por cierto, no ha dado resultados, pues ni siquiera
la patéticamente famosa “política del chorreo” ha funcionado… tal vez
si la hubiesen llamado política del goteo, habría sido más real.
La educación es desigual porque Chile es desigual, brutalmente
desigual, segregado, no hay igualdad de oportunidades y las castas
sociales solo reproducen, por décadas y décadas, dichas diferencias.
El problema de la educación, no es solo de la educación, lo mismo que
la solución tampoco estriba solo en ella. Un estudio reciente, con
datos públicos, de la Universidad de Chile, ha demostrado que el 1% del
país que mencionábamos unas líneas más arriba, posee un ingreso 40 veces
superior al 80% de la ciudadanía, usted no necesita ser abogado,
ingeniero ni menos ministro de estado para darse cuenta la razón por la
que nuestra educación no avanza ni mejora, simplemente el país no está
avanzando ni mejorando, al menos no para el 80% de la ciudadanía, aunque
sí para el 1%.
Soy profesor, amo la educación y amo lo que hago, pero la educación
no va a subsanar los problemas del país, esto es falso, ni siquiera
puede subsanar por sí sola sus propios problemas. Esto no significa que
no continuemos luchando por mejorarla, sino más bien que es necesario
poner sus falencias y posibles soluciones, en perspectiva con todo el
contexto del país y su situación económica, política y cultural. No
pueden hacerse reformas importantes, que supongan cambios reales, sin
pisar los callos del 1% elegido.
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